viernes, 15 de agosto de 2014

Devenir encandilado

“La mente tiene la aptitud funesta de poner en duda absolutamente todo” repitió aquel monseñor, la casualidad me encontraba del otro lado de la puerta, de modo que no pude evitar oír aquella afirmación rotunda y tajante. No se escuchó nada más, sino la respiración del viejo. Todo indicaba que disparó esas palabras al aire, y por cosas del destino tuvieron como blanco perfecto mis oídos. Tremendo y hasta trágico puede ser el proceder el lenguaje en las personas, y tal es la función cumplida por ésta frase. Liberaron esas palabras, en mí, un sinfín de acusaciones emitidas como balas que perduran en el tiempo. Recuerdos se enlazaron con mi falta de identidad, y, encerrado y cubierto de soledad, no supe negar aquello que plantó dudas a mi suerte, por más pequeña que fuese su semilla.
De camino a mi hogar la frase se repetía acompañada de imágenes de ensueño en mi mente. Ese momento despojado de tiempo, donde un pensamiento parece efímero y su explicación no es menos utópica que mi felicidad. Al llegar a la avenida, el ruidoso atropello de los autos al viento y el aroma conjunto que desemboca el smoke de los escapes, despabilaron mi mirada cabizbaja, que ahora observa los sucesos habituales como la ejecución teatral de un absurdo.
Consulté el reloj, eran las 11:30 de una mañana fría que encontraba a una ciudad bañada en brillo que iluminaba la velocidad de la rutina. Habían pasado solo 15 minutos desde el encuentro con aquellas palabras tan contundentes, sin embargo los pensamientos entremezclados entre el tiempo y el camino parecían innumerables. Es ahí cuando mi delirio, al chocar con la conciencia del tiempo, se conduce en reflexión: Pensamientos incontables, indecibles y eternos en sólo 15 minutos. Una explicación que atisbe todo lo acontecido por mi mente en ese tiempo podría durar toda una noche, pero son pensamientos, no se miden ni por tiempo ni por espacio, nos desbordan y desbordan la conciencia y son capaces de determinar nuestros actos póstumos, venciendo narcisisticamente a la idea de ser humano dueño de sí mismo. Entendemos al cuerpo, las categorías físicas de lo real, lo indiscutible, lo tangible. Pero el pensamiento no goza de ninguna de esas características y a menudo nos determina y ha determinado nuestro pasado y determinará nuestro futuro. Obsesionados, entonces, avasallamos nuestra alma con tal de verlo y controlarlo, retroalimentando un temor como la mar lo hace con el movimiento de su oleaje.
Y ahora el terror a sí mismo adviene conjunto a la conciencia, lo real es real y también es pensamiento y por ello tenebroso. El pasado es pensamiento y el devenir es una incógnita que depende su resolución meramente de nuestra conciencia, ahora tomada de la mano del pensamiento siniestro, ahora, innegable, como las palabras encandilantes de aquel viejo. Y yo ya no soy innegable, mi existencia está en duda, pues lo rígido se desvanece en algodones superfluos y grises. Soy una multitud dentro de mí y millones de caminos se abren mientras giro eternamente, como un planeta alejado e inutil, cuya existencia es insignificante.
Caminos encerrados en la propia luz encandilante, cultivando una ceguera que borra todo vestigio. Y la noche es utópica y mitológica tanto como las nubes. Solo queda el sol delante mío, detrás y en todas partes, como un único sol inmenso invistiéndome.
Hace 2 horas que me encuentro echado. Ya el pensamiento calcinado es mucho menos que una reflexión, en términos temporales, la desesperación es mucho más veloz que cualquier razón. Todo se multiplica mientras sigo echado. 1 hora enmarcada en los parámetros de una desesperación pasiva como la que me socava en esta instancia es mucho más que una revolución solar, y 1 hora de reflexión podría asemejarse al tiempo que encierra un estornudo, si esbozamos un acercamiento aproximado a la cuantificación que domina a la humanidad desde tiempos inmemoriales.
Y ahora mi imagen, triste cual atardecer, me atormenta. Aquel viento rayano con lo divino que procuraba moverme hacia una cúpula fue disipado. Ahora hay una tormenta que arrasa con todo en mí, y yo no soy mi Dios, una naturaleza imperfecta se apoderó de mi mundo. No supe negarme a ese enemigo, no lo quise enfrentar sin convencimiento. Mas, solo quiero comprenderlo, sino no comprendo al ser humano y solo queda esperar una caída insoportablemente eterna.