martes, 28 de octubre de 2014

Desautomatización de la mirada

Miedo a empaparnos


¿Por qué nos empecinamos en cubrirnos cuando llueve? ¿Por qué expandimos ese paraguas de reproches y de protesta?
Nos acostumbramos a estar secos, a abandonar la poesía que añora la lluvia. Nos acostumbramos a la comodidad de ser un vaso liviano y vacío, nos acostumbraron a  no despeinarnos, a una limpieza que nos aprisiona y nos obsesiona, a conservar los mismos colores.
Nos acostumbraron a que lo bueno y lo placentero siempre tenga que ser pagado, sembrando nuestra incapacidad de apreciar ese fenómeno gratuito.
Mientras más furiosa se torna la lluvia, más nos incomoda. Nos amontona bajo un triste techo irracional, que uno no entiende su existencia pero que está ahí, concibiéndose trinchera en la guerra entre la naturaleza y el hombre, éste último indefenso, herido narcisisticamente, débil ante un poder que siente que lo aprisiona bajo un techo.
La lluvia, aunque inocente e inofensiva, conlleva a embotellamientos viales que siguen trastocando la dignidad humana. Las bocinas, ese llanto desesperado del hombre, esa violencia auditiva, intentan evadir el sonido del agua celestial chocando contra el suelo. El smoke que emerge, como un contraataque contra esa naturaleza, ese olor espantoso que corrompe el perfume de la tierra que se mezcla divinamente con la lluvia.

Entonces el hombre, que, aunque no lo sabe conscientemente, ahora se odia a sí mismo, se siente aprehendido entre la lluvia y el tiempo. La inmediatez deshumanizante y la lluvia que lo tiene encapsulado en ese techo o en ese embotellamiento, lo mantiene trémulo y reprimido, lo hace gris, olvidando los colores, olvidando el mundo, incapaz de reconocer la combinación para lograr el perfume perfecto, de oír la melodía de lluvia. Y se olvida de si mismo al no respirar lo que la naturaleza embellece y el hombre mismo no deja de corromper.  

martes, 16 de septiembre de 2014

Capitulo 68 de Rayuela: relecturas y traducciones.


Esta segunda publicación en este amontonamiento de palabras a las cuales hay que empapar de sentidos, o mejor dicho aún: ellas están ávidas de encontrarnos a nosotros, propone un binomio un tanto contradictorio de traducciones y re-lecturas al castellano del capitulo 68 de Rayuela escrito originariamente en el idioma glíglico por Julio Cortázar. Las capacidades interpretativas del lenguaje y un allanamiento introspectivo de una lengua desconocida en la que encontramos una libertad que nos obliga a tomar responsabilidad de una hermenéutica que siempre es una re-escritura, se nos impone provocándonos una incomodidad que solo claudica con el significado.
La primera es una lectura de corte político en la que incumbe las relaciones de poder, aquellas prácticas naturalizadas que en gran parte determinan nuestro estado anímico y espiritual. La segunda re-lectura supone un encuentro amoroso, siendo cuidadoso del lenguaje, interpelando a un crisol de interpretaciones posibles en donde el lector es concebido como poseedor de una fuerza imaginativa que le permite nadar en las metáforas como en el mar.  

Capitulo 68 de Rayuela. Primera traducción del Glíglico al castellano

Apenas el le enviaba el mensaje, a ella se le amontonaba el trabajo y caía en pesimismo, en salvajes angustias, en impaciencias exasperantes. Cada vez que el procuraba mandar las tareas, se enredaba en un río de desesperanza y tenia que recomponerse de cara al trabajo, sintiendo como poco a poco las esperanzas se desvanecían, se iban esfumando y olvidando, hasta quedar tendida como el tejido de la araña al que se han dejado caer unos adoquines. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se arrancaba los cabellos, consistiendo en que el aproximara suavemente sus compasiones. Apenas se miraban, algo como un torbellino los enfrentaba, los enemistaba y oponía, de pronto era el final, la esperada hora de las gratificaciones, la tranquizante llegada del sueldo, los premios del esfuerzo en una suma valiosa. ¡Por fin! ¡Por fin! Decía en la cresta del entusiasmo, se sentían conformes, tranquilos y satisfechos. Temblaba el desprecio, se vencían las angustias y todo se resolvía en un profundo descanso, en relaciones casi crueles que los tensaban hasta el límite de las posibilidades.

Capitulo 68 de Rayuela. Segunda traducción del Glíglico al castellano

Apenas el le abrazaba el cuerpo, a ella se le erizaba el pellejo y caían en pasiones, en salvajes aullidos, en fuegos exasperantes. Cada vez que él procuraba tentar las caricias, se enredaba en un remolino impiadoso y tenia que aproximarse de cara al frenesí, sintiendo cómo poco a poco las manos se acercaban, se iban enredando, mezclando, hasta quedar tendido como el viajero al que se le han dejado caer unas  mochilas de acero. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se  acaricia los pechos, consintiendo en que el aproximara suavemente sus manos. Apenas se revolvían, algo como un tornado los envolvía, los movilizaba y entrelazaba, de pronto era el ciclón, la estrepitosa rompiente de las olas, la esperada llegada del final, los libramientos del furor en una conjura placentera. ¡Dios! ¡Dios! Gritaban en la cresta del furor en una mística catarsis. Temblaba el mar, se vencían las pasiones, y todo se resolvía en un profundo desván, en sueños de amaneceres, en caricias casi crueles que los desenredaban hasta el límite de las manos.     

viernes, 15 de agosto de 2014

Devenir encandilado

“La mente tiene la aptitud funesta de poner en duda absolutamente todo” repitió aquel monseñor, la casualidad me encontraba del otro lado de la puerta, de modo que no pude evitar oír aquella afirmación rotunda y tajante. No se escuchó nada más, sino la respiración del viejo. Todo indicaba que disparó esas palabras al aire, y por cosas del destino tuvieron como blanco perfecto mis oídos. Tremendo y hasta trágico puede ser el proceder el lenguaje en las personas, y tal es la función cumplida por ésta frase. Liberaron esas palabras, en mí, un sinfín de acusaciones emitidas como balas que perduran en el tiempo. Recuerdos se enlazaron con mi falta de identidad, y, encerrado y cubierto de soledad, no supe negar aquello que plantó dudas a mi suerte, por más pequeña que fuese su semilla.
De camino a mi hogar la frase se repetía acompañada de imágenes de ensueño en mi mente. Ese momento despojado de tiempo, donde un pensamiento parece efímero y su explicación no es menos utópica que mi felicidad. Al llegar a la avenida, el ruidoso atropello de los autos al viento y el aroma conjunto que desemboca el smoke de los escapes, despabilaron mi mirada cabizbaja, que ahora observa los sucesos habituales como la ejecución teatral de un absurdo.
Consulté el reloj, eran las 11:30 de una mañana fría que encontraba a una ciudad bañada en brillo que iluminaba la velocidad de la rutina. Habían pasado solo 15 minutos desde el encuentro con aquellas palabras tan contundentes, sin embargo los pensamientos entremezclados entre el tiempo y el camino parecían innumerables. Es ahí cuando mi delirio, al chocar con la conciencia del tiempo, se conduce en reflexión: Pensamientos incontables, indecibles y eternos en sólo 15 minutos. Una explicación que atisbe todo lo acontecido por mi mente en ese tiempo podría durar toda una noche, pero son pensamientos, no se miden ni por tiempo ni por espacio, nos desbordan y desbordan la conciencia y son capaces de determinar nuestros actos póstumos, venciendo narcisisticamente a la idea de ser humano dueño de sí mismo. Entendemos al cuerpo, las categorías físicas de lo real, lo indiscutible, lo tangible. Pero el pensamiento no goza de ninguna de esas características y a menudo nos determina y ha determinado nuestro pasado y determinará nuestro futuro. Obsesionados, entonces, avasallamos nuestra alma con tal de verlo y controlarlo, retroalimentando un temor como la mar lo hace con el movimiento de su oleaje.
Y ahora el terror a sí mismo adviene conjunto a la conciencia, lo real es real y también es pensamiento y por ello tenebroso. El pasado es pensamiento y el devenir es una incógnita que depende su resolución meramente de nuestra conciencia, ahora tomada de la mano del pensamiento siniestro, ahora, innegable, como las palabras encandilantes de aquel viejo. Y yo ya no soy innegable, mi existencia está en duda, pues lo rígido se desvanece en algodones superfluos y grises. Soy una multitud dentro de mí y millones de caminos se abren mientras giro eternamente, como un planeta alejado e inutil, cuya existencia es insignificante.
Caminos encerrados en la propia luz encandilante, cultivando una ceguera que borra todo vestigio. Y la noche es utópica y mitológica tanto como las nubes. Solo queda el sol delante mío, detrás y en todas partes, como un único sol inmenso invistiéndome.
Hace 2 horas que me encuentro echado. Ya el pensamiento calcinado es mucho menos que una reflexión, en términos temporales, la desesperación es mucho más veloz que cualquier razón. Todo se multiplica mientras sigo echado. 1 hora enmarcada en los parámetros de una desesperación pasiva como la que me socava en esta instancia es mucho más que una revolución solar, y 1 hora de reflexión podría asemejarse al tiempo que encierra un estornudo, si esbozamos un acercamiento aproximado a la cuantificación que domina a la humanidad desde tiempos inmemoriales.
Y ahora mi imagen, triste cual atardecer, me atormenta. Aquel viento rayano con lo divino que procuraba moverme hacia una cúpula fue disipado. Ahora hay una tormenta que arrasa con todo en mí, y yo no soy mi Dios, una naturaleza imperfecta se apoderó de mi mundo. No supe negarme a ese enemigo, no lo quise enfrentar sin convencimiento. Mas, solo quiero comprenderlo, sino no comprendo al ser humano y solo queda esperar una caída insoportablemente eterna.