Esta segunda publicación en este amontonamiento de palabras a las cuales hay que empapar de sentidos, o mejor dicho aún: ellas están ávidas de encontrarnos a nosotros, propone un binomio un tanto contradictorio de traducciones y re-lecturas al castellano del capitulo 68 de Rayuela escrito originariamente en el idioma glíglico por Julio Cortázar. Las capacidades interpretativas del lenguaje y un allanamiento introspectivo de una lengua desconocida en la que encontramos una libertad que nos obliga a tomar responsabilidad de una hermenéutica que siempre es una re-escritura, se nos impone provocándonos una incomodidad que solo claudica con el significado.
La primera es una lectura de corte político en la que incumbe las relaciones de poder, aquellas prácticas naturalizadas que en gran parte determinan nuestro estado anímico y espiritual. La segunda re-lectura supone un encuentro amoroso, siendo cuidadoso del lenguaje, interpelando a un crisol de interpretaciones posibles en donde el lector es concebido como poseedor de una fuerza imaginativa que le permite nadar en las metáforas como en el mar.
Capitulo 68 de Rayuela. Primera traducción del Glíglico al castellano
Apenas el le enviaba el mensaje, a ella se le amontonaba el
trabajo y caía en pesimismo, en salvajes angustias, en impaciencias
exasperantes. Cada vez que el procuraba mandar las tareas, se enredaba en un
río de desesperanza y tenia que recomponerse de cara al trabajo, sintiendo como
poco a poco las esperanzas se desvanecían, se iban esfumando y olvidando, hasta
quedar tendida como el tejido de la araña al que se han dejado caer unos adoquines. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un
momento dado ella se arrancaba los cabellos, consistiendo en que el aproximara
suavemente sus compasiones. Apenas se miraban, algo como un torbellino los enfrentaba,
los enemistaba y oponía, de pronto era el final, la esperada hora de las
gratificaciones, la tranquizante llegada del sueldo, los premios del esfuerzo
en una suma valiosa. ¡Por fin! ¡Por fin! Decía en la cresta del entusiasmo, se
sentían conformes, tranquilos y satisfechos. Temblaba el desprecio, se vencían
las angustias y todo se resolvía en un profundo descanso, en relaciones casi
crueles que los tensaban hasta el límite de las posibilidades.
Capitulo 68 de Rayuela. Segunda traducción del Glíglico al castellano
Apenas el le abrazaba el cuerpo, a ella se le erizaba el
pellejo y caían en pasiones, en salvajes aullidos, en fuegos exasperantes. Cada
vez que él procuraba tentar las caricias, se enredaba en un remolino impiadoso
y tenia que aproximarse de cara al frenesí, sintiendo cómo poco a poco las
manos se acercaban, se iban enredando, mezclando, hasta quedar tendido como el viajero
al que se le han dejado caer unas mochilas
de acero. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella
se acaricia los pechos, consintiendo en
que el aproximara suavemente sus manos. Apenas se revolvían, algo como un
tornado los envolvía, los movilizaba y entrelazaba, de pronto era el ciclón, la
estrepitosa rompiente de las olas, la esperada llegada del final, los libramientos
del furor en una conjura placentera. ¡Dios! ¡Dios! Gritaban en la cresta del
furor en una mística catarsis. Temblaba el mar, se vencían las pasiones, y todo
se resolvía en un profundo desván, en sueños de amaneceres, en caricias casi
crueles que los desenredaban hasta el límite de las manos.
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