miércoles, 4 de marzo de 2015

Qué tiempo loco...

La frase del título de este ensayo circula a menudo entre los argentinos. 
Podríamos decir que es una frase que por una razón recorre los conglomerados 
urbanos en donde el ser humano se ve arrojado a vivir entre la gente 
desconocida, es decir, aquel sujeto que pasó de vivir en los campos o en los 
pueblos diminutos en donde la compañía y la familiaridad era algo natural, a 
vivir "solo" entre la multitud despojado de sus prácticas ancestrales.

Pero usted, lector/a, se preguntará que tiene que ver la frase esbozada con el 
fenómeno de modernización y urbanización que se dio aceleradamente en 
Argentina. Es que el hombre convertido en ciudadano, al vivir entre los 
desconocidos, se siente aprehendido entre las celdas del diálogo “obligado” y el 
silencio incómodo que se atisba ante la presencia de alguien cuya identidad es 
un misterio, entonces la conformación del sentido común no puede soslayar de 
una conversación “obligada” una temática común, que nos implica a todos, 
como es el estado del clima. Es así como vemos que cuando los porteños (por 
poner un ejemplo) tomamos un taxi, o cuando estamos en la sala de espera 
del médico, o vamos a la peluquería, lugares donde inevitablemente estamos 
“solos” ante uno o más desconocidos, utilizamos habitualmente la frase “qué 
tiempo loco”, para desvanecer el iceberg del silencio y proponer un tema 
donde todos confirman la aseveración, siendo, a su vez, un puente hacia una 
posible conversación. "Qué tiempo loco" es una frase que el ciudadano 
argentino manifiesta en todos los escenarios habidos por haber, en general, 
ante un clima que, concebido como impiadoso y terrible, nos amenaza con sus 
transformaciones abruptas.

Según el relato circulante en las calles de nuestro país, el tiempo siempre es el 
loco. El clima, los horarios, el tiempo cuantificado, la época... todos ellos están 
locos y tratan de obstaculizar nuestro camino. Ofendidos, proseguimos nuestra 
vida ante un clima que nos afecta descontrolado, esquizofrénico, psicótico, 
salido de sus cabales. 
Diluvios históricos, olas de calor que parecen interminables, sequías, 
tormentas cada vez más violentas, inundaciones catastróficas… El tiempo ha 
cambiado demasiado últimamente. Es menester que nos preguntemos ¿Qué 
está pasando?

Es cierto que en “metáforas de la vida cotidiana” Lakoff y Johnson advertían, 
hace un tiempo atrás, cómo las metáforas influyen de una manera peligrosa 
sobre nuestras prácticas habituales. La metáfora de la locura con respecto al 
clima es también la constituyente de una justificación acerca de la consciencia 
de lo mal que el ser humano ha tratado al planeta, sobre todo desde la 
expansión a nivel global del sistema capitalista bajo la lógica de expandir el 
capital a cualquier costo, incluso si ese costo engloba la vida de nuestro medio 
ambiente y el planeta. “Qué tiempo loco” juega en el inconsciente de nosotros 
como una evasión de culpas ante una consciencia que destila tanto humo gris 
como las fábricas. La metáfora habla de un clima que no acata a las lógicas, 
que sus manifestaciones no son consecuentes, sino irracionales: El clima está 
loco. 

Pero no podemos dejar de admitir que en la mente racional del ciudadano 
medio no quepa pensar un momento que el tiempo no castiga, sino que 
manifiesta las heridas que le propina el propio ser humano a la naturaleza, 
entonces podemos ver que realmente existe un encadenamiento lógico para 
desmentir la metáfora. ¿O acaso es común al pasar por una humeante fábrica 
o al ver un bosque talado escuchar frases como "que locos están los seres 
humanos"? 

La contaminación es la actividad humana con impacto ambiental, que tiene 
como consecuencia daños en los ecosistemas o el medioambiente que se 
pueden manifestar en abruptos cambios climáticos agrestes. Como señala la 
investigadora experta en salud ambiental, la norteamericana Annie Leonard: 
“Los bosques cumplen (Además de crear oxígeno, elemento que dicho sea de 
paso, necesitamos para respirar) otros servicios vitales: Recolectan y filtran 
nuestra agua dulce, con lo cual mantienen el ciclo hidrológico general del 
planeta y moderan inundaciones o sequías. Conservan la salud del suelo 
porque sostienen en el lugar la fértil capa superficial, rica en nutrientes. ¿Cómo 
se nos ocurre destruir a tan indudables aliados"(http://www.portalplanetasedna.com.ar/deforestacion.htm).

De hecho la queja del argentino hacia el tiempo, es una muestra de la 
tendencia a responsabilizar al otro de la actividad que nosotros mismos 
propinamos (o justificamos, o actuamos en complicidad con nuestra ceguera y 
nuestro silencio).

Los cambios abruptos de los climas, las transformaciones climáticas que nos 
azotan con inundaciones, con tormentas que destrozan el paisaje de las 
ciudades, piedras que caen del tamaño de pelotitas de tenis, etc.; en realidad 
llevan en sí el grito ante el flagelo que, desde nosotros mismos, recibe la 
naturaleza. Es hora de que el hombre salga de su corral de inocencia para 
cuidar al mundo. Es elocuentemente cierto, además, que en el mundo existen 
muchos hombres más "locos" que el propio clima, que legitiman, incluso con el 
silencio, el castigo de la naturaleza por el hombre. 

Es así como la acrecentada utilización de esta aseveración sobre la locura del 
tiempo habla de la tendencia a culpabilizar a la victima de la violencia y no a 
quien la impone, y de desligarnos de los riesgos que supone asumir nuestra 
responsabilidad y actuar en consecuencia, algo que se condice con muchas 
facetas violentas que trastocan el espíritu del sentido común argentino. Porque 
el tiempo no es el loco, los locos somos nosotros que permitimos la destrucción 
de nuestro planeta y con ella la de nosotros mismos.   


viernes, 30 de enero de 2015

Instrucciones para sobrevivir en el eterno presente.

Ante todo, vivir en el eterno presente es olvidar la luz. Pido al lector que por favor sepa disculpar mis abstracciones, es que vivir en el eterno presente es vivir en el abstracto constante. Vivir en el eterno presente es investir de dudas las respuestas naturales, y caer en un abismo de incertezas infinitas donde lo único real es la muerte y lo único inefable es un mapa de nocturnidad, cuyos caminos solo conducen al vacío de las sombras.
En principio no busques respuestas, eso acelera la producción de preguntas en una máquina incansable. En el eterno presente las respuestas son del aire y el viento, es mejor entablarse en empatía con ellos para ver el universo emocional que en ellos se propaga.

Cuando la máquina de preguntas se acelera, correr a la búsqueda de un manto de silencio y de aislamiento es, según quien escribe, lo aconsejable. El contacto con el mundo que nos rodea, las imposiciones y las circunstancias, chocaran con aquella incertidumbre del eterno presente para que nuestra inseguridad del devenir encandilado, que nos espera, se prolifere. Lo que se pone en funcionamiento no es otra cosa que la posibilidad de que todo lo que hagamos caiga en la nulidad de nuestro ser. Toda circunstancia con la que nos topemos acapararan la forma de espejos, nos reflejara, y lo que menos queremos quienes vivimos en el eterno presente es vernos en el peor de los contextos. Lo mejor es evitar hasta el límite de las posibilidades las circunstancias en el aislamiento, que él genere las condiciones de donde nuestras desiciones emanan hasta que con decisión salgamos en la búsqueda del reflejo.

En el eterno presente el mundo es doloroso. Es menester que nos enfoquemos en alguna realidad que no sea la muerte. En el eterno presente hay dos realidades inefables: la muerte o el silencio. Aferrarse a la muerte no es el mejor pasadizo hacia nuestro deseo, en la búsqueda ferviente de la realidad podemos chocar con esa alusión. Lo mejor es no apurarse y no quedar atado a nada, para que nuestra desesperación ante la nula autonomía frente a las circunstancias no nos lleve a hundirnos en la avidez por abandonar la existencia. La autonomía de nosotros ante el mundo encarnará a partir de la concepción del tiempo, en primera instancia; y en segunda, las posibilidades que nos de el silencio de hacernos cargo de nuestra realidad.


En el eterno presente todos somos victimas de lo que Julio Cortazar llama en Rayuela la “cosidad”. Es necesario no estar en contacto con lo que nos rodea, cortar la relación con todas las cosas para estar solo en contacto armónico con lo que impregna nuestro ser y lograr un manto de realidad en el terreno de la inconsciencia.

Por ultimo, ser absolutamente honesto con el viento y el silencio. Siempre.