viernes, 30 de enero de 2015

Instrucciones para sobrevivir en el eterno presente.

Ante todo, vivir en el eterno presente es olvidar la luz. Pido al lector que por favor sepa disculpar mis abstracciones, es que vivir en el eterno presente es vivir en el abstracto constante. Vivir en el eterno presente es investir de dudas las respuestas naturales, y caer en un abismo de incertezas infinitas donde lo único real es la muerte y lo único inefable es un mapa de nocturnidad, cuyos caminos solo conducen al vacío de las sombras.
En principio no busques respuestas, eso acelera la producción de preguntas en una máquina incansable. En el eterno presente las respuestas son del aire y el viento, es mejor entablarse en empatía con ellos para ver el universo emocional que en ellos se propaga.

Cuando la máquina de preguntas se acelera, correr a la búsqueda de un manto de silencio y de aislamiento es, según quien escribe, lo aconsejable. El contacto con el mundo que nos rodea, las imposiciones y las circunstancias, chocaran con aquella incertidumbre del eterno presente para que nuestra inseguridad del devenir encandilado, que nos espera, se prolifere. Lo que se pone en funcionamiento no es otra cosa que la posibilidad de que todo lo que hagamos caiga en la nulidad de nuestro ser. Toda circunstancia con la que nos topemos acapararan la forma de espejos, nos reflejara, y lo que menos queremos quienes vivimos en el eterno presente es vernos en el peor de los contextos. Lo mejor es evitar hasta el límite de las posibilidades las circunstancias en el aislamiento, que él genere las condiciones de donde nuestras desiciones emanan hasta que con decisión salgamos en la búsqueda del reflejo.

En el eterno presente el mundo es doloroso. Es menester que nos enfoquemos en alguna realidad que no sea la muerte. En el eterno presente hay dos realidades inefables: la muerte o el silencio. Aferrarse a la muerte no es el mejor pasadizo hacia nuestro deseo, en la búsqueda ferviente de la realidad podemos chocar con esa alusión. Lo mejor es no apurarse y no quedar atado a nada, para que nuestra desesperación ante la nula autonomía frente a las circunstancias no nos lleve a hundirnos en la avidez por abandonar la existencia. La autonomía de nosotros ante el mundo encarnará a partir de la concepción del tiempo, en primera instancia; y en segunda, las posibilidades que nos de el silencio de hacernos cargo de nuestra realidad.


En el eterno presente todos somos victimas de lo que Julio Cortazar llama en Rayuela la “cosidad”. Es necesario no estar en contacto con lo que nos rodea, cortar la relación con todas las cosas para estar solo en contacto armónico con lo que impregna nuestro ser y lograr un manto de realidad en el terreno de la inconsciencia.

Por ultimo, ser absolutamente honesto con el viento y el silencio. Siempre.   

No hay comentarios:

Publicar un comentario