Qué tiempo loco...
La frase del título de este ensayo circula a menudo entre los argentinos.
Podríamos decir que es una frase que por una razón recorre los conglomerados
urbanos en donde el ser humano se ve arrojado a vivir entre la gente
desconocida, es decir, aquel sujeto que pasó de vivir en los campos o en los
pueblos diminutos en donde la compañía y la familiaridad era algo natural, a
vivir "solo" entre la multitud despojado de sus prácticas ancestrales.
Pero usted, lector/a, se preguntará que tiene que ver la frase esbozada con el
fenómeno de modernización y urbanización que se dio aceleradamente en
Argentina. Es que el hombre convertido en ciudadano, al vivir entre los
desconocidos, se siente aprehendido entre las celdas del diálogo “obligado” y el
silencio incómodo que se atisba ante la presencia de alguien cuya identidad es
un misterio, entonces la conformación del sentido común no puede soslayar de
una conversación “obligada” una temática común, que nos implica a todos,
como es el estado del clima. Es así como vemos que cuando los porteños (por
poner un ejemplo) tomamos un taxi, o cuando estamos en la sala de espera
del médico, o vamos a la peluquería, lugares donde inevitablemente estamos
“solos” ante uno o más desconocidos, utilizamos habitualmente la frase “qué
tiempo loco”, para desvanecer el iceberg del silencio y proponer un tema
donde todos confirman la aseveración, siendo, a su vez, un puente hacia una
posible conversación. "Qué tiempo loco" es una frase que el ciudadano
argentino manifiesta en todos los escenarios habidos por haber, en general,
ante un clima que, concebido como impiadoso y terrible, nos amenaza con sus
transformaciones abruptas.
Según el relato circulante en las calles de nuestro país, el tiempo siempre es el
loco. El clima, los horarios, el tiempo cuantificado, la época... todos ellos están
locos y tratan de obstaculizar nuestro camino. Ofendidos, proseguimos nuestra
vida ante un clima que nos afecta descontrolado, esquizofrénico, psicótico,
salido de sus cabales.
Diluvios históricos, olas de calor que parecen interminables, sequías,
tormentas cada vez más violentas, inundaciones catastróficas… El tiempo ha
cambiado demasiado últimamente. Es menester que nos preguntemos ¿Qué
está pasando?
Es cierto que en “metáforas de la vida cotidiana” Lakoff y Johnson advertían,
hace un tiempo atrás, cómo las metáforas influyen de una manera peligrosa
sobre nuestras prácticas habituales. La metáfora de la locura con respecto al
clima es también la constituyente de una justificación acerca de la consciencia
de lo mal que el ser humano ha tratado al planeta, sobre todo desde la
expansión a nivel global del sistema capitalista bajo la lógica de expandir el
capital a cualquier costo, incluso si ese costo engloba la vida de nuestro medio
ambiente y el planeta. “Qué tiempo loco” juega en el inconsciente de nosotros
como una evasión de culpas ante una consciencia que destila tanto humo gris
como las fábricas. La metáfora habla de un clima que no acata a las lógicas,
que sus manifestaciones no son consecuentes, sino irracionales: El clima está
loco.
Pero no podemos dejar de admitir que en la mente racional del ciudadano
medio no quepa pensar un momento que el tiempo no castiga, sino que
manifiesta las heridas que le propina el propio ser humano a la naturaleza,
entonces podemos ver que realmente existe un encadenamiento lógico para
desmentir la metáfora. ¿O acaso es común al pasar por una humeante fábrica
o al ver un bosque talado escuchar frases como "que locos están los seres
humanos"?
La contaminación es la actividad humana con impacto ambiental, que tiene
como consecuencia daños en los ecosistemas o el medioambiente que se
pueden manifestar en abruptos cambios climáticos agrestes. Como señala la
investigadora experta en salud ambiental, la norteamericana Annie Leonard:
“Los bosques cumplen (Además de crear oxígeno, elemento que dicho sea de
paso, necesitamos para respirar) otros servicios vitales: Recolectan y filtran
nuestra agua dulce, con lo cual mantienen el ciclo hidrológico general del
planeta y moderan inundaciones o sequías. Conservan la salud del suelo
porque sostienen en el lugar la fértil capa superficial, rica en nutrientes. ¿Cómo
se nos ocurre destruir a tan indudables aliados"(http://www.portalplanetasedna.com.ar/deforestacion.htm).
De hecho la queja del argentino hacia el tiempo, es una muestra de la
tendencia a responsabilizar al otro de la actividad que nosotros mismos
propinamos (o justificamos, o actuamos en complicidad con nuestra ceguera y
nuestro silencio).
Los cambios abruptos de los climas, las transformaciones climáticas que nos
azotan con inundaciones, con tormentas que destrozan el paisaje de las
ciudades, piedras que caen del tamaño de pelotitas de tenis, etc.; en realidad
llevan en sí el grito ante el flagelo que, desde nosotros mismos, recibe la
naturaleza. Es hora de que el hombre salga de su corral de inocencia para
cuidar al mundo. Es elocuentemente cierto, además, que en el mundo existen
muchos hombres más "locos" que el propio clima, que legitiman, incluso con el
silencio, el castigo de la naturaleza por el hombre.
Es así como la acrecentada utilización de esta aseveración sobre la locura del
tiempo habla de la tendencia a culpabilizar a la victima de la violencia y no a
quien la impone, y de desligarnos de los riesgos que supone asumir nuestra
responsabilidad y actuar en consecuencia, algo que se condice con muchas
facetas violentas que trastocan el espíritu del sentido común argentino. Porque
el tiempo no es el loco, los locos somos nosotros que permitimos la destrucción
de nuestro planeta y con ella la de nosotros mismos.
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